Cuando lo que importa es ganar

La pelea por llegar a ser elegido

En tiempos preelectorales se abren, en abstracto, muchos escenarios y caminos. Que van desde la responsable puesta en agenda de los grandes temas nacionales hasta la lógica electorera expresada en los acomodos y reacomodos de la «candidatitis», grave enfermedad que debilita a las democracias. Estamos a más de un año de las elecciones y todo indica que las cosas van más por lo nombres y la «candidatitis» que por los programas y los planteamientos sustantivos.

Pareciera natural que en un año previo a las elecciones se produzcan realineamientos, tienten alianzas y se calcule proyecciones de votos. Si bien eso es parte legítima del juego político, no lo es tanto cuando el desplazamiento de piezas por el tablero solo tiene por fin ganar votos, jaquear al adversario. Y no enriquecerse en base a la dialéctica que genera la exposición y debate de programas y propuestas sustantivas. Todo resulta perfectamente funcional en esta dinámica empobrecedora. Al lado del escenario central un gobierno guiado por el único propósito de sobrevivir y algunos medios de comunicación engolosinados con los escándalos y los escandaletes.

Seguir por este camino deja de lado algo tan crucial y básico como es el objetivo de resolver los problemas del país. Como consecuencia de ello, se acentúa la brecha entre la sociedad y las instituciones políticas. Al estar prácticamente ausentes los grandes temas nacionales, se dice poco o nada sobre cómo mejorar la calidad de la educación o la salud públicas, cómo promover en serio la inversión privada o cómo reforzar efectivamente la seguridad ciudadana. Al actuar así, de espaldas a las necesidades de la gente, se deja de lado la esencia y razón de la acción política que – eso, más bien, «debe ser» – servir a la colectividad. Y, lo que es más grave, se renuncia a ejercer liderazgo en el enfrentamiento de los problemas nacionales sustituyéndolo por un oportunista seguidismo a la temperatura de las encuestas.

Consecuencia de lo anterior es el temerario ahondamiento de la brecha entre la sociedad y las instituciones políticas. Con ello se echa más combustible a las condiciones sociales volcánicas existentes. Sin medir que el curso de las cosas podría llevarnos a la ingobernabilidad que afectan a algunos países hermanos. La débil legitimidad de los políticos y de la política tiene que ver, en esencia, con la percepción extendida de que la política y los políticos no sirven para solucionar los problemas del país sino para auto perpetuarse en el ejercicio del poder y la autoridad. Eso tiene que cambiar.

En este contexto difícil y complejo, Valentín Paniagua ha dado un paso importante que no ha merecido una adecuada y justa reacción. Con tino ha sostenido que no se trata de hablar ahora de alianzas electorales o menos electoreras, sino de organizar una concertación por el país, al margen de intereses personales o partidarios. De hecho, más importante que dilucidar quién será el gobernante en el 2006 es que quien asuma esa responsabilidad sea elegido tras un intenso debate de ideas y programas y que luego se pueda avanzar seriamente en atacar los problemas nacionales fundamentales.

Un primer paso podría ser que en el Acuerdo Nacional se convenga cuáles deban ser las pautas fundamentales que guíen la campaña electoral. No solo en lo que atañe, por cierto, a las «reglas de conducta» sino – ¿por qué no? – sobre cuáles deberían ser los ejes del proceso electoral. Para que la gente no se vea obligada a escoger por rostros o nombres sino por opciones sustantivas, y planteamientos concretos sobre el desarrollo, la educación, la salud y la seguridad ciudadana.

Fuente: El Comercio – OPINIÓN

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